ERNESTO AYALA-DIP  / 10 09 2015

Hace unos años, en estas mismas páginas, reseñé el libro de Javier Argüello El mar de todos los muertos (2008). Y escribí todo lo bueno que se puede escribir de una novela si te gusta y entiendes que ahí hay un gran novelista. Lo que no pude escribir entonces es qué iba a quedarme de esa lectura, además de su instantánea fascinación. Leída ahora la nueva novela de Argüello (argentino nacido en Chile en 1972 y radicado en Barcelona), A propósito de Majorana, vuelve a mi memoria la lectura de aquella. Como formando una conexión entre ambas, exigiéndose entre sí una unidad. Como si se tratara de un sistema literario propio.

Veamos de qué trata. Hay un periodista, Ernesto Aguiar, que es enviado a Nápoles para rastrear la desaparición del físico italiano Ettore Majorana en 1938. Hay el día en que Aguiar, que tiene una novia en Barcelona con la que va a casarse, se embarca en el velero de su amigo Ross, que viene de Buenos Aires para internarse en el Mediterráneo. Hay la curiosidad profesional de Aguiar por saber qué pudo ocurrirle a Majorana, después de tratar de entender su teoría física, muy en consonancia con las ideas del propio Aguiar sobre la naturaleza provisional y ambigua, incierta, de cualquier hombre sobre la Tierra. La teoría de que nuestras vidas dependen de un azar insondable, de que nuestro presente es el que es más el que pudo ser gravita sobre la novela como un hilo invisible que ata todas sus partes. La argumental, la temática y la formal. Y de esta manera, Javier Argüello logra una obra magistral.

La primera referencia literaria del caso Majorana, del que Fermi afirma que era tan importante para la ciencia como Galileo y Newton, es la novela de Leonardo Sciascia, La desaparición de Majorana. Allí, el escritor siciliano defiende que el científico no había soportado que sus descubrimientos en la física de los neutrones fueran a ser utilizados con los peores fines. La segunda puede ser La segunda desaparición de Majorana, del novelista “desa­parecido”, según la clasificación de Vila-Matas, Jordi Bonells. Argüello entronca mejor con Bonells que con Sciascia. Más respetuoso con su línea filosófica, con su fuga metaliteraria. Quita a la cuestión dramatismo y énfasis detectivesco y mantiene viva la posibilidad de leer su novela como una investigación metafísica de la desaparición. Pero siempre se mueve en ese registro de levedad narrativa que necesita la complicidad del lector para sentir que está acudiendo a la fantástica cita que se le programa. Javier Argüello ha escrito la mejor novela sobre la poesía de la incertidumbre.


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El Periódico

Elena Hevia. El Periódico.
El crimen, el mal, el misterio, la violencia, la investigación, son ingredientes esenciales de la novela negra, una etiqueta de difícil concreción en la que tienen cabida tanto el enigma policiaco como el relato criminal puro y duro al estilo americano, y que en este siglo XXI parece impregnar buena parte de la literatura que se está escribiendo.
Posiblemente se han acabado los días en los que la -digamos- ‘alta’ literatura renegaba del género, aunque algún insigne -léase Borges- lo apreciase efusivamente. Hoy muchos escritores refinadamente literarios no tienen el menor reparo en reconocer deudas e incluso en cultivarlo. El mejor ejemplo de esta tendencia sería John Banville, uno de los grandes estilistas de la lengua inglesa, que firma sus libros serios con su nombre mientras se esconde bajo el seudónimo de Benjamin Black para sus ficciones criminales. Eso le permite ser dos escritores muy distintos al mismo tiempo facilitando la libertad y la deshinbición creativa.
La eclosión de lectores y títulos de la novela negra coincide en el tiempo con el hecho de que en España muchos autores literarios practiquen con naturalidad esa doble escritura. José María Guelbenzu y Alicia Giménez Bartlett, por ejemplo, lo hacen con éxito desde hace años. El último en llegar es Gonzalo Torné que acaba de lanzar su novela ‘Nadie debería irse a dormir’ (Reservoir Books). Bajo el seudónimo de Álvaro Abad ha imaginado la muerte de un bodeguero riojano -un aparente suicidio en el que las piezas no acaban de encajar- y ha puesto a investigar a un viejo policía con un oscuro pasado franquista en una trama de corrupción. «Mi intención ha sido el puro divertimento, tanto para mí como para el lector. Esta es una propuesta amable que no busca la truculencia pero sí la ligereza de ciertas series de televisión de los 80 como ‘Luz de luna’».
Contrapunto ligero
Muchos autores, Banville incluido, insisten en esa cualidad de contrapunto ligero a su ‘otro’ trabajo. Guelbenzu, por ejemplo, inventó a su juez Mariana de Marco como un respiro a un ‘impasse’ creativo de una de sus exigentes novelas. El respeto a las convenciones del género fue un relax para él. «En la novela policiaca se hace un viaje con un conocimiento absoluto de adónde se va. La alta literatura es cómo adentrarte en la selva con un machete», dice.
Sin embargo, para Carme Riera, que con ‘Natura quasi morta’ hizo una única incursión en el género y no sabe si reincidirá, el reto no fue sencillo: «Es un género muy exigente porque su lector también lo es y debes respetar una reglas que hay que dominar. Así que tengo la sensación de de haber escrito más en tensión, pese a que no se me exigía el adjetivo perfecto».
La visión del escritor andaluz Justo Navarro es algo distinta. Ha publicado ‘Gran Granada’ en su sello de siempre, Anagrama, donde a su libro le han impuesto el nuevo distintivo ‘Anagrama negra’, «una condecoración» con la que la editorial señala explícitamente sus títulos criminales antes más camuflados. Pero pese a esa intención editorial, Navarro se resiste a hacer distingos entre novela negra y novela literaria porque, lector infatigable desde niño del género, todas sus novelas tienen un nexo con él: «Para mí un crimen y la búsqueda del criminal supone también la búsqueda de un tiempo pasado. Por eso mi novela ocurre en los años 60, en los que salgo de la infancia y entro en la adolescencia. Es por lo tanto, una cuestión personal, pero también una forma de desentrañar la lógica interna de la sociedad. Además no la escribí pensando que sería una novela de género». Navarro asegura no haber cambiado aquí sus formas lingüísticas ni su forma de habitual en su segunda incursión en la novela negra tras ‘La casa del padre’.
Espíritu de denuncia
En parecidos términos habla Marta Sanz, autora de ‘Black, black, black’ y ‘Un buen detective no se casa jamás’. No hay diferencias. «El género me interesa para hablar de la violencia a dos niveles. La que ocurre en la realidad y la propia violencia de la novela negra que intenta ser seductora para el lector al que trata como un cliente. Creo que el género negro a principios del siglo XXI ha perdido el espíritu de denuncia que tenía originalmente; en Chandler, para entendernos. Él no pretendía ser cómodo para el lector. La novela negra actual es una especie de ‘chill out’».
Otro autor que al igual que Navarro encontró sin planearlo con una novela negra entre manos es el argentino residente en Barcelona Javier Argüello. ‘A propósito de Majorana’ (Random House) relata el caso real del físico cuántico Ettore Majorana que en 1938 desapareció misteriosamente en aguas del Tirreno. El libro es una ‘quest’ en el que Argüello no se ha limitado a imaginar; también investiga ese caso y con él, el lector. Admite Argüello que en Latinoamérica y especialmente en Argentina la literatura tiene pocos pudores frente al género. Así un autor tan respetado como Ricardo Piglia escribe una novela policiaca como ‘Plata quemada’. «Pero si tuviera que relacionar mi novela con otra -dice Argüello- yo diría que es con ‘2666’, de Bolaño, marcada también por la búsqueda de un personaje. Creo que cuando hay una investigación, todo relato acaba convirtiéndose en policial».


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Xavi Ayén – La Vanguardia. Extraño caso el del físico italiano Ettore Majorana, desaparecido misteriosamente en aguas del mar Tirreno el 27 de marzo de 1938, cuando solo tenía 31 años y sus investigaciones parecían seguir el mismo camino que iba a conducir a sus colegas del proyecto Manhattan a la bomba atómica. ¿Por qué se esfumó Majorana en un ferry que cubría el trayecto Palermo-Nápoles? La policía cerró el caso rápidamente, atribuyéndolo todo a «un propósito de suicidio». Pero nada quedó claro y el cuerpo no apareció. No es de extrañar que el asunto fascinara a escritores como Leonardo Sciascia o Jordi Bonells. Y, ahora, al argentino Javier Argüello (Santiago de Chile, 1972), quien publica A propósito de Majorana (Random House), electrizante novela policiaca con el telón de fondo de la física cuántica.

El protagonista es Ernesto Aguiar, periodista argentino afincado en la Barcelona actual -como el propio autor-, redactor de obituarios al que su despótico jefe de sección envía a Nápoles para que escriba un artículo sobre aquella enigmática desaparición de hace más de 70 años. Aguiar «está un poco desorientado, no sabe por qué hace lo que hace en la vida» y se embarca junto al gringo Ross, estrambótico personaje, poseedor de «una sabiduría tangible, no académica», para protagonizar una singular travesía homérica, impregnada de sal y horizontes abiertos (no en vano el propio Argüello se saca a veces un sobresueldo como marino).

La narración alterna dos épocas, 1938 y 2012, y en ella Aguiar leerá mucho sobre física cuántica, y descubrirá, como hizo el autor, que Majorana descubrió «la existencia de varios órdenes de realidad que pueden coexistir», además de una partícula que es a la vez su propia antipartícula (aquí no tenemos espacio para explicarlo mejor).

«Majorana lo dejó todo muy bien montado para que pareciera un suicidio, con notas y todo… tan bien montado que levanta sospechas». De hecho, la tía abuela de Argüello -esposa del premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias- fue una de las personas que afirmó haber visto con vida a Majorana en la Argentina de los años 70. «Declaró públicamente que lo conocía de Buenos Aires, y la RAI envió enseguida un equipo de periodistas». Sin resultados.

El autor investigó mucho en Nápoles, junto a profesores de la universidad y con un policía que se entusiasmó con su búsqueda y lo llevaba a todas partes en motorino -y que le ha inspirado el personaje del comisario Espósito-. Esa ciudad caótica es descrita como un hormiguero que sintetiza «el desorden que acaba generando un orden».

Argüello ha sido gratamente sorprendido por la confluencia entre el conocimiento literario y el científico: «En el 2011 escribí el ensayo La música del mundo, acerca de las historias que nos contamos para construir la realidad, esa idea poética de los griegos de que la palabra crea el mundo… y lo he visto todo confirmado por la física cuántica, que sostiene que es la conciencia la que crea la realidad».

El personaje de Aguiar vivirá, asimismo, «su particular crisis de los 40, está a punto de casarse pero aparece una jovencita y duda en liarse la manta a la cabeza, no sabe si aceptar que ya está de retirada o seguir un poco más en ese juego de la conquista, arriesgándolo todo».

A destacar el final, casi metafísico, donde el autor asume el reto de narrar lo inefable, a la manera de Borges en El Aleph. «La idea de la totalidad, Dios o el destino, algo más grande que nosotros, ha sido un poco abandonada en la literatura de hoy pero es un concepto muy científico: la unidad de las partes en un todo».


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Damián Huergo – Página/12.

Son pocas las personas que en algún momento de su vida no pensaron en ser otras, en dejar atrás la costura delgada de la identidad, en soltar las responsabilidades y deseos –ajenos– que pesan sobre nuestros hombros como una segunda cabeza siamesa. Pocas también son las personas que se animaron a hacerlo posible, que desaparecieron intencionalmente, que quebraron el destino construido durante el resto de su vida. Al parecer, el físico siciliano Ettore Majorana fue uno de ellos. Según ese monstruo de inteligencia colectiva que es Wikipedia, Majorana desapareció sorpresivamente en el Mar de Tirreno en 1938, en un ferry que lo llevaba desde Palermo a Nápoles, tras haber sembrado dudosas señas sobre su presunto suicidio. Desde entonces el caso sigue siendo un misterio real y literario. Un misterio que ni siquiera fue revelado en su totalidad por el documentadísimo libro La desaparición de Majorana, del italiano Leonardo Sciascia. Un misterio que Javier Argüello –escritor argentino residente en Barcelona– intentó abarcar con el bisturí de la ficción; asimilando obsesiones ajenas como propias, rastreando motivaciones, recreando los sentidos y emociones de los personajes ante la experiencia de decir basta y seguir viviendo, con otra vida.

Las investigaciones en torno del asunto Majorana, en plena era del Duce, abrieron diferentes pistas e hipótesis. Una vez que se rasgó el velo del suicidio, para justificar la desaparición se apuntaron motivos religiosos y místicos. También se nombraron extraños juegos de máscaras por bares y hoteles de Argentina. Y, con especial énfasis, se enumeraron revelaciones apocalípticas –adjudicadas al propio Majorana–, acerca del progreso científico que paradójicamente desembocó en la destrucción nuclear. Es decir, los relatos posteriores se ocuparon de generar un móvil moral para justificar tamaña ausencia, que –aún hoy– no tiene explicación. En A propósito de Majorana, la última novela del nómada Javier Argüello, el encargado de rastrear las huellas señaladas será Aguiar, un detective-periodista que es enviado a Nápoles a investigar una desaparición que ocurrió antes de que naciera, en la Argentina.

Aguiar, al igual que Jake Gyllenhaal en el film Zodiac de David Fincher, es un personaje menor de la redacción de un periódico central, que se obsesiona de un modo íntimo y familiar con un caso –a priori– totalmente ajeno. A Aguiar, más que dilucidar el misterio, lo atrae comprender los motivos por los cuales una persona quiere desaparecer completamente. Cobijado en un noviazgo cómodo y tradicional, con las cuentas en orden gracias a un trabajo rutinario y monótono, e instalado en un territorio (Barcelona) propio y ajeno, Aguiar busca proyectar –y encontrar– en el otro desconocido las agallas que no tiene para seguir sus deseos, para dar un volantazo a su vida.

Argüello tuvo la astucia de basar la estructura de la novela en los principios de la física cuántica. En particular en la noción de totalidad, descubrimiento científico y filosófico del mismo Majorana. A propósito de Majorana está dividida en tres partes, en tres dimensiones, en tres tiempos y espacios diferentes que se van complementando como visiones concretas y características de una sola realidad. La primera capa sucede en el pasado cercano. Es un continuo entre Barcelona y el Mediterráneo occidental a bordo del Victoria, el barco timoneado por el Gringo, un antiguo compañero de secundaria de Aguiar que se lo cruza de “casualidad” previo a embarcarse rumbo a Italia. La segunda capa transcurre en el presente de Nápoles. Allí Aguiar lleva a cabo la investigación específica, a la vez que queda confinado por un asunto policial que lo tiene como sorpresivo culpable. Mientras tanto, se enreda neuróticamente con la joven y hermosa Valeria. Sobrevolando ambas ciudades y temporalidades, están los sucesos de 1938 y los ecos de los meses previos y posteriores –tanto en Italia como en la Argentina– en torno de la desaparición del científico.

A propósito de Majorana es un híbrido de reflexiones y de acciones encadenadas que motorizan la historia. Por momentos, la introspección del protagonista tiene brillos epifánicos, sea –por ejemplo– al asociar idas y vueltas entre argentinos y napolitanos o al armar precisos diálogos entre Aguiar y sus interlocutores. En otros tramos, los personajes son pensados mediante un lenguaje humorístico que cada tanto se regodea en un gag o en una comparación. Pese a ello, Argüello mantiene la trama hasta el final, logrando recuperar una historia real desde la ficción, llenándola de matices y de tacto. Una historia que sin la reconstrucción de la ficción parecería difuminarse en una niebla de sinsentido. Al fin y al cabo, citando la apertura de la web de Argüello, “¿Cuál es el límite entre la realidad y la ficción? Muy sencillo: si tiene sentido es ficción, porque la realidad no lo tiene”.


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